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Así es, pues, una maravilla de la ingeniería se encuentra ubicada en pleno desierto chileno, lugar donde los astrónomos de la estación: “Alma”, buscan pistas, acerca de cómo comenzó o se inició el universo.
Durante más de un siglo, el desierto de Atacama en el norte de Chile ha sido reconocido internacionalmente como un recurso único y extremadamente generoso, en términos astronómicos.
Al parecer el desierto más seco del mundo puede ser capaz de proporcionar algo mucho más grande que la producción de cobre, sino que también puede proporcionar pistas sobre la fuente de la vida misma y los origenes del universo.
Cabe destacar que la construcción del proyecto astronómico terrestre, tuvo un costo de alrededor de $ 1.4 mil millones, y conto con el ingreso de capitales: europeos, norteamericanos y de Asia oriental.
Desde las alturas de la meseta de Chajnantor, un mundo alejado de los disturbios sociales que ha sacudido los principales centros urbanos de Chile en los últimos cuatro meses, los astrónomos recopilan información minuciosamente con los 66 radiotelescopios, cada uno con un peso de más de 100 toneladas, conocido como: “Alma”, o: “Telescopio del Atacama”.
A 5.059 metros sobre el nivel del mar, la vista de este grupo de telescopios móviles, que se puede colocar a una distancia de hasta 16 km, rodeados por volcanes ominosos que dominan las vastas planicies de sal.
Alma es uno de los mayores logros de la humanidad, ya que nos ayuda a descubrir misterios que de otra forma nunca podríamos lograr conocer, pues está buscando entender la estructura del universo.
El año pasado, Alma jugó un papel vital al proporcionar: “la primera imagen de un agujero negro”, aclamado como el comienzo de una nueva era para la astronomía.
Esto se debe a su capacidad de observar la luz invisible para los telescopios ópticos en las partes más frías y ocultas del universo, con una resolución hasta 10 veces mayor que el telescopio espacial Hubble.
La ubicación de Alma, es crucial, pues la lejanía, la altitud y la extrema aridez del desierto proporcionan condiciones ideales para recibir ondas cósmicas, casi sin adulterar por el vapor de agua que dificulta su recolección en la mayoría de los otros cielos del mundo.